Cuando el perdón destruye barreras

Pasos Audaces en esta semana

“Luego se volvió hacia la mujer y dijo a Simón: —¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para los pies, pero ella me ha bañado los pies en lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. ” (Lucas 7:44).

¿Alguna vez te han invitado a un lugar para darte cuenta de que en realidad no eras bienvenido? Me sucedió precisamente eso en una boda que me pidieron oficiar. Aunque la pareja deseaba mi presencia, era evidente que algunos de sus familiares no. Por las miradas y el tono, era obvio que yo no había sido su primera opción.

En Lucas 7, Jesús vivió una escena similar a la mía. Aunque fue invitado a cenar a casa de un fariseo, no fue realmente bienvenido. El texto nos enseña que el anfitrión no cumplió con las costumbres de cortesía, como ofrecer agua para sus pies polvorientos, aceite para su cabeza o un beso de saludo. De pronto, una mujer de muy mala reputación entró en escena. Ella sí reconoció quién estaba frente a ella. Cayó a los pies de Jesús, lloró, lavó sus pies con sus lágrimas y los ungió con perfume costoso.

Mientras el fariseo y los invitados juzgaban a la mujer, Jesús la recibió lleno de gracia. Dejó claro que el perdón no se basa en apariencias ni de actos religiosos, sino de un corazón humilde ante Él. Esta mujer conocía su condición. Por eso, en total quebrantamiento, ofreció toda su gratitud en humildad. Y es que, cuando experimentas el perdón verdadero, todo cambia.

• Las personas perdonadas adoran de manera diferente.
• Las personas perdonadas sirven con alegría.
• Las personas perdonadas conocen el poder de la gracia.

Mientras tanto, el fariseo no aprovechó su momento especial con Jesús. No pudo admitir su necesidad. El orgullo lo cegó de ver su propia condición y necesidad de restauración.

No dejes que te suceda lo mismo que a este religioso. Cuando te acercas a Jesús sincera y humildemente, descubrirás un perdón más grande que tus fracasos y una libertad más poderosa que tu vergüenza.

Desafío audaz:

Toma un momento para reflexionar: ¿Te pareces más al fariseo o a la mujer de esta historia? ¿Has llegado a confiar tanto en tus logros, tu posición o tu conocimiento que has perdido de vista tu necesidad de la gracia divina? ¿Te acercas a Jesús cada día con humilde dependencia, reconociendo tu quebrantamiento y confiando en Su misericordia?

Oración:

Señor, gracias por salir a mi encuentro cuando más quebrantado estaba. Gracias por extenderme tu perdón cuando menos lo merecía. Líbrame del orgullo del fariseo y enséñame a vivir con la humildad y la gratitud de la mujer que se postró a tus pies. Que mi vida refleje la alegría de haber sido perdonado, y que otros puedan ver el poder de tu gracia obrando en mí. En el nombre de Jesús, amén.

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