¡No sustitutos!

¿Con qué frecuencia permites que el placer, las relaciones, el dinero u otras distracciones se interpongan en tu amor a Dios?

Pasos Audaces en esta semana

“Yo soy el Señor tu Dios. Yo te saqué de Egipto, del país donde eras esclavo.
No tengas otros dioses además de mí. ”
(Éxodo 20:2–3).

Recuerdo una ocasión en la que me enfrenté a una decisión que, en aquel momento, parecía insignificante. Sin embargo, mi decisión reveló algo mucho más profundo en mi corazón. Iba conduciendo por un barrio conocido y vi un concesionario de autos con precios de liquidación. Sentí la necesidad de parar y echar un vistazo, diciéndome que solo sería una mirada rápida y nada más. Pero al acercarme, una persistente sensación me invadió. ¿Estaba realmente contento con lo que Dios ya me había dado? Me di cuenta de que lo que parecía una curiosidad inofensiva era en realidad una oportunidad para examinar mi satisfacción personal. En realidad, estaba poniendo mi felicidad en las cosas materiales en lugar de en la provisión de Dios.

Los israelitas enfrentaron el mismo desafío. En Éxodo 20, Dios presentó a su pueblo los Diez Mandamientos, comenzando por el más crucial: «No tendrás dioses ajenos delante de mí». Apenas 40 días después de su milagrosa huida de Egipto, ya se habían entregado a la idolatría. Sus corazones, al igual que los nuestros, se desviaron rápidamente. Estos mandamientos no fueron dados simplemente como reglas, sino como una guía para vivir una vida que honre a Dios. Aún más, el primer mandamiento era el fundamento. No representan solo un conjunto de restricciones. Son una invitación a entregarle a Dios nuestro corazón por completo, sin sustitutos.

En el mundo actual, es fácil pensar que los Diez Mandamientos ya no tienen relevancia. Pero imagínate si realmente viviéramos según esos sencillos, pero poderosos principios: No matar, no robar, no romper nuestro matrimonio, no chismear y no tener otros dioses e ídolos. Las familias serían más fuertes; las comunidades más seguras; las relaciones más profundas. Los mandamientos representan el corazón de Dios, y si los siguiéramos, crearíamos una sociedad que reflejaría su amor y justicia. El primer mandamiento nos recuerda que, sin Dios como centro, nada puede realmente funcionar.

Cualquier cosa puede convertirse en un “dios” en nuestras vidas: el placer, el dinero, el éxito o las relaciones. Cualquier cosa que persigamos con más pasión que a Dios se convierte en un ídolo. Si algo compite con el Señor por el primer lugar en nuestros corazones, hemos fallado. Por supuesto, no tener ídolos es imposible para nosotros con nuestra propia fuerza de voluntad. La Ley nos muestra nuestra necesidad de Jesucristo. Nunca podremos alcanzar el estándar perfecto de Dios por nosotros mismos. A fin de cuentas, la Ley de Dios expone nuestra fragilidad y nos conduce al Salvador, el único que puede restaurarnos. Las consecuencias de tener otros ídolos son graves, y por eso necesitamos a Jesucristo más que nunca.

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